Molinos de mareas del barrio de La Magdalena

Durante el pasado mes de febrero, en el transcurso de una intervención realizada en el entorno de la charca de la Avenida de Europa, la brigada de obras del ayuntamiento localizó el emplazamiento de uno de los antiguos molinos de mareas de Colindres, uno de los denominados “Molino de La Magdalena” o de “La Mar”.

No es la primera vez que los restos de este artilugio ven la luz después de las numerosas transformaciones que ha experimentado el lugar donde se ubica: durante los trabajos de campo que se efectuaron entre los años 1993 y 1994 dentro de la prospección arqueológica de los Reales Astilleros de Falgote, este molino fue objeto de estudio por parte de los integrantes del equipo de arqueólogos de dicho proyecto. Y en 2003, fue también destapado para realizar un nuevo estudio por parte del arquitecto Luis Azurmendi, experto en molinos.

Las características técnicas del molino son difíciles de determinar no solo por su evidente estado ruinoso, sino por el hecho de permanecer parcialmente oculto a causa de los rellenos efectuados en su entorno a lo largo de la segunda mitad del siglo pasado. Aunque desconocemos su tamaño original, según los restos visibles podemos hablar de una construcción de unos 8 metros de largo y de 3,50 de ancho aproximadamente. Por otra parte, el arco de ladrillo que se conserva es indicativo de una intervención muy posterior a su construcción inicial, quedando como partes originales los restos de la base de la edificación, así como los sillares de su estructura. No podemos, por tanto, aventurar el número de maquinarias que alojaba por mucho que estas ruinas evidencien una única arcada. La parte oculta bien puede hacernos suponer un molino más grande.

Los molinos de mareas son molinos harineros que surgieron en la Edad Media como una solución a la escasez, estacional o no, de agua de algunos cauces naturales o al no existir cursos fluviales lo suficientemente importantes para permitir su aprovechamiento.

Se componen de dos elementos fundamentales: el molino propiamente dicho, edificación donde se aloja la maquinaria asociada a la molienda, y la presa o dique donde se embalsa el agua durante la pleamar a través de un sistema de compuertas de entrada. En la bajamar, aprovechando el desnivel entre el embalse y el exterior de la presa, el agua sale a través de unos canales situados bajo el edificio, tantos como maquinarias albergara el molino, con suficiente presión para impulsar el mecanismo que hace girar las piedras de moler.

Con la llegada del maíz tras el descubrimiento de América, la construcción de estos artilugios creció exponencialmente, sobre todo en nuestras costas, donde la climatología y las condiciones del suelo propiciaron su cultivo, dándose en el tramo litoral comprendido entre la bahía de Santander y el estuario del Asón la mayor concentración de molinos de marea del Litoral Atlántico Europeo. Colindres aporta a esta concentración los ocho molinos documentados que existieron en sus riberas.

Todos ellos han recibido diferentes denominaciones a lo largo de su historia, respondiendo las más antiguas (siglo XVI) al lugar donde se ubicaban (Molino de la Torre de Villar o de Nadal, Molino de Picarrillo, Molinos de La Magdalena, Molino de Trutero, Molino de  Jergote,  Molino de los Viejos, etc.) a pesar de estar adscritos a algunos de los linajes que fundaron mayorazgo en Colindres y a quienes su funcionamiento reportaba una buena fuente de ingresos, ya fuesen alquilados o regentados con molineros a sueldo.

Con el paso del tiempo, algunos fueron adoptando los nombres de sus sucesivos propietarios. Así, según cartografía de finales del siglo XIX, algunos de los anteriores aparecen referenciados como Molino de Cueto, Molinos de Arredondo, Molino de Pedrosa, Molino de Tapón, Molino de Pinilla, Molino de Los Nuevos, etc. Esta cambiante nomenclatura ha provocado, en ocasiones, un efecto multiplicador a la hora de establecer un censo real de los mismos.

Los de la Magdalena, casa uno y casa dos, ya molían grano recién estrenado el siglo XVII: el 26 de enero de 1614, doña Isabel de la Puebla viuda de Santiago de Puerta Alvarado, arrienda a María del Rio, “una rueda de molino de agua salada que yo tengo en el término de Colindres, en do dicen La Magdalena, que es en la segunda casa de los dichos molinos, la primera rueda que linda con la rueda del molino de antes de ahora tuvo Catalina de Alvarado…”.

Y aunque no podemos precisar a cuál de los dos pertenecen los restos localizados, al no hallarse vestigios del otro en la zona, sí sabemos que ambos estaban arruinados en 1853, según se recoge en el “Expediente de enajenación de las heneras de este común”, y que posteriormente uno de ellos fue reconstruido para convertirse en un almacén de nasas y de aperos de pesca. Y que durante la guerra civil camufló en su interior un polvorín. Pero ésta… es otra historia.

Yolanda Arce y Ángel Revuelta.

Pie de foto: “Restos del Molino de La Magdalena localizados a comienzos de año”. Fuente: los autores.

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Publicado el

30 agosto, 2018

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